Por entonces decía cómo somos seres que vivimos de la confianza. La confianza es una de las actitudes, a mi juicio, que más nos humaniza, es decir, que nos hace más humanas y humanos en nuestras relaciones, y que hace más humano y habitable nuestro mundo. De ahí también que en el Evangelio haya tantas invitaciones a la confianza: no olvidemos que para Dios, nuestro bien es un objetivo primero.
Entonces, si es tan importante confiar, cabe preguntarse: cultivar nuestra capacidad de confiar, ¿es algo posible?, ¿o es ridículo, ingenuo? ¿o bien, es necesario y vital?...
¿Cómo te contestas tú?
El otro día yo intentaba expresar cómo vivimos de la confianza, a pesar de que experimentemos a menudo –más de lo que quisiéramos sin duda–, momentos de ruptura. Sin embargo, al igual que hay experiencias que nos hacen tambalearnos, hay encuentros que nos ayudan a recuperar la confianza. Son encuentros con personas que, sabiéndolo o no, nos posibilitan crecer, hacia dentro y hacia lo hondo, y ser más personas. Personas que nos permiten aumentar-reciclar-sanar… nuestra capacidad de confiar.
Desde esta misma experiencia podemos a nuestra vez intuir que todos nos influimos mutuamente y que también nosotros podemos ayudar a otros a crecer, confiando en ellos. Confiar en los que nos rodean va creando todo un círculo de “posibilidades y relaciones confiantes” y eso transforma.
Es fácil que en una primera intuición este modo de hablar nos choque y nos parece un poco ingenuo: ¡hasta la sabiduría popular parece contradecirlo! Ya dice el famoso refrán: “Piensa mal y acertarás”. ¿Quién no lo ha dicho o escuchado alguna vez? Indica todo un talante vital y una concepción del ser humano: que no somos seres fiables, y por tanto, que no podemos confiar los unos en los otros. Esto supone todo un modo de situarse en la vida.
La propuesta que yo haría, si queremos contribuir una pizquita a transformar la realidad es adoptar la mirada, la postura opuesta: “Piensa bien y acertarás”. Cuando dudes de si alguien te intenta hacer daño, piensa bien. Cuando no sepas si han hecho algo adrede en contra de alguien querido, piensa bien. De este modo se abre uno a la posibilidad de lo mejor de cada persona y no cierra cauces de encuentro.
Hay un texto que hace tiempo que guardo y leo a menudo. Hace alusión también a estas dos posturas ante la vida. Aquí os lo dejo, de regalo, para compensar el retraso de mi aportación –tenía que llegar la primera semana de diciembre, no casi a mediados como es el caso. No tiene autor porque no sé quien lo escribió, pero merece la pena, creo.