En efecto, descubro cada vez más cómo el principio de realidad es uno de los ejes indispensables para potenciar el crecimiento humano, y por tanto para educar. Ayudar a crecer en los tiempos que corren significa a menudo dejar, o incluso provocar, que la persona se encuentre con el límite, suyo y de la realidad, que se pegue si hace falta, se caiga, patalee –qué cantidad de ataques de rabia me toca presenciar cada día en mi instituto– y todo ello para que crezca, quizá no porque quiera, pero sí porque la realidad de algún modo le obligue...
He aquí uno de los retos de la actualidad. Así lo experimento a menudo: la sociedad nos intenta hacer creer que podemos vivir sin frustraciones, que somos capaces de todo lo que nos propongamos, que soñar es lo único que moviliza. Y a veces, en nuestra ingenuidad de creyentes ilusionados y esperanzados, hemos pretendido acompañar sólo desde los sueños y los ideales, tan importantes, por cierto, como el principio de realidad, pero inútiles sin éste. Ahora me descubro, a veces en contra de mi espontaneidad, preguntándome cómo aguanto yo misma la frustración, cómo ayudar a aceptar la realidad, no con los brazos bajados, pero sí reconociendo el límite e incluso la impotencia, conviviendo con ellos. Creo que además, a lo largo de mi vida, la experiencia de “no poder” ha sido fundamental para ser quien soy, estar donde estoy, e incluso, aprender a querer a los que me rodean y a mí misma como siento que puedo querer hoy.
Me encantaría que compartieras aquí tu reflexión en este sentido.
T.M.Ll.