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viernes, 12 de diciembre de 2008

Una pizca de confianza hace milagros

Así como los antiguos nos definían en cuanto seres humanos por nuestro ser racionales, a mí me gusta afirmar que somos humanos en cuanto capaces de confiar –y de desconfiar. De ahí que quiera hoy seguir al hilo de la confianza con el que compartía el mes pasado.
Por entonces decía cómo somos seres que vivimos de la confianza. La confianza es una de las actitudes, a mi juicio, que más nos humaniza, es decir, que nos hace más humanas y humanos en nuestras relaciones, y que hace más humano y habitable nuestro mundo. De ahí también que en el Evangelio haya tantas invitaciones a la confianza: no olvidemos que para Dios, nuestro bien es un objetivo primero.
Entonces, si es tan importante confiar, cabe preguntarse: cultivar nuestra capacidad de confiar, ¿es algo posible?, ¿o es ridículo, ingenuo? ¿o bien, es necesario y vital?...

¿Cómo te contestas tú?

El otro día yo intentaba expresar cómo vivimos de la confianza, a pesar de que experimentemos a menudo –más de lo que quisiéramos sin duda–, momentos de ruptura. Sin embargo, al igual que hay experiencias que nos hacen tambalearnos, hay encuentros que nos ayudan a recuperar la confianza. Son encuentros con personas que, sabiéndolo o no, nos posibilitan crecer, hacia dentro y hacia lo hondo, y ser más personas. Personas que nos permiten aumentar-reciclar-sanar… nuestra capacidad de confiar.
Desde esta misma experiencia podemos a nuestra vez intuir que todos nos influimos mutuamente y que también nosotros podemos ayudar a otros a crecer, confiando en ellos. Confiar en los que nos rodean va creando todo un círculo de “posibilidades y relaciones confiantes” y eso transforma.
Es fácil que en una primera intuición este modo de hablar nos choque y nos parece un poco ingenuo: ¡hasta la sabiduría popular parece contradecirlo! Ya dice el famoso refrán: “Piensa mal y acertarás”. ¿Quién no lo ha dicho o escuchado alguna vez? Indica todo un talante vital y una concepción del ser humano: que no somos seres fiables, y por tanto, que no podemos confiar los unos en los otros. Esto supone todo un modo de situarse en la vida.
La propuesta que yo haría, si queremos contribuir una pizquita a transformar la realidad es adoptar la mirada, la postura opuesta: “Piensa bien y acertarás”. Cuando dudes de si alguien te intenta hacer daño, piensa bien. Cuando no sepas si han hecho algo adrede en contra de alguien querido, piensa bien. De este modo se abre uno a la posibilidad de lo mejor de cada persona y no cierra cauces de encuentro.
Hay un texto que hace tiempo que guardo y leo a menudo. Hace alusión también a estas dos posturas ante la vida. Aquí os lo dejo, de regalo, para compensar el retraso de mi aportación –tenía que llegar la primera semana de diciembre, no casi a mediados como es el caso. No tiene autor porque no sé quien lo escribió, pero merece la pena, creo.



De un leño seco hizo leña,
como siempre, un leñador.
¡Sólo era un tronco inservible,
perdido en aquel rincón…!
No importaba si fue el viento
el que un día lo arrancó,
si se desgajó de un árbol,
si el torrente lo arrastró.
Era un pobre tronco seco
que en el fuego terminó.
Junto al camino, otro leño
se tropezó el sembrador.
Parece estar seco
pero el buen hombre pensó:
“quizás la savia escondida
corra aún por su corazón;
tal vez haya una semilla
germinando en su interior.”
Y empezó a regar la tierra,
y en lo imposible esperó,
hasta que un día una planta
del tronco seco brotó.


Cuando pases por las calles
no vayas de leñador.
Ten la mirada profunda
y el paso del sembrador
que toma el pulso a la vida
y alienta con tesón,
que en las noches del invierno
no duda que saldrá el sol,
que cree que algo renace
si algo muere por amor,
que siempre espera en
lo bueno que hay en
cada corazón.


No es fácil ir por el mundo
haciendo de sembrador.
Está la tierra en sequía
y es muy dura la labor…
pero Dios sigue apostando
por la vida que creó
y Él hará que brote un día
del tronco seco una flor.

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