Yo también me miro cada mañana. Necesito darme el visto
bueno o el visto malo, en el peor de los casos, pero no me contemplo. Esta
palabra tiene un significado que es imposible llenar, con una simple mirada
externa en el espejo, sin contar que muchas veces nos miramos sin vernos.
Miramos la imagen que proyectamos, pero no nos miramos.
Espero que hayáis hecho el ejercicio que os proponía en el
texto “las diferentes miradas”. Pues bien, si contemplar a una persona es una
experiencia alucinante, contemplarnos quizás sea el mejor regalo que podemos
hacernos. Sé que si me decido a mirarme, como miro a las demás persona, no
siempre me gusta lo que veo y me asusta. Me asusta que los demás también lo
vean y no les guste, me asusta que no me quieran, me asusta no ser como querría
ser, me asusta descubrir en mí sentimientos que no “debería” tener, me asusta
que me rechacen, me asusta no gustarme. Estoy segura de que la lista es mucho
más larga y cada una puede hacer su propia lista.
A veces me pregunto cuál es la imagen que me he construido
de mi misma para que me dé tanto temor mirar la que soy, la imagen que me
refleja el espejo después de despojarme de cada una de las capas que me he
puesto o que se me ha ido adhiriendo a lo largo de los años. Si soy el mejor
regalo que me han hecho, no puedo mirarme mal. ¿Será que no he aprendido a
mirarme? ¿Será que no he aprendido a contemplarme? O será, más bien, que el
miedo me paraliza y no quiero ver. Se de mi capacidad para mirar a otra persona
y descubrir la maravilla que hay en ella, (también de la capacidad de mi mirada
para destruirla) y sé también que puedo descubrir la maravilla que soy y el
misterio que me habita.
A veces creo que, si lleno el tiempo, puedo quedar liberada
de encontrarme conmigo misma. Sé que es una falacia pues vivo conmigo, me
acompaño a todas partes, no puedo separarme de mí ni un solo momento. Llegado a
este punto decidí descubrir y cuidar el regalo que me habían hecho. Estoy en
ello, voy intentando despojarme de todos los RUIDOS que se me han ido pegando a
la piel, al pensamiento y a mis entrañas, para dejarme habitar por el SILENCIO
que me devuelve a la persona que soy. Este SILENCIO me permite acoger mis
miedos, amar lo que es más genuino en mi y reconocer esa sensación que anida en
lo más profundo y me trasciende, que me envuelve, que me eleva y me pone en
pie, que hace que me sienta parte de toda la creación.
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